martes, 20 de agosto de 2024

Micro reseña 127: Misión en la India (CIA nº207), de Peter Briggs (h. 1955)

 


 

5 de marzo de 2024

"Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan"

escribió Jorge Luis Borges en su poema dedicado al detective consultor del 221 de Baker Street. Por supuesto, estoy de acuerdo con él. Borges añadía, tras punto y seguido,

"La muerte y la siesta son otras"

pero esta parte no se suele citar, quizá porque Borges era aficionado a morirse (cosa que demostró el 14 de junio de 1986) y, el resto de los mortales, aunque a veces tenemos ganas de morirnos, al final optamos por pensar en Sherlock Holmes o por la siesta, actividades más saludables que la muerte.

 

Noticia sobre el sepelio de Borges.


A lo que yo iba con esta cita (que me pierdo en mi ombligo) es que una de las buenas costumbres que teníamos hace algún tiempo, y que parece que hemos desechado, es la de "pensar de tarde en tarde en la CIA". Definitivamente, se ha pasado definitivamente de moda eso de darle vueltas a lo que estarán tramando los de la CIA en tal país africano: si la explosión de no sé qué oleoducto o gaseoducto submarino que obliga a Europa a renunciar al combustible ruso y a comprar el americano no será cosa de la CIA; si las armas de la organización terrorista MICHIS no se las habrá pasado la CIA, etc., etc., etc. Calculo que eso de no pensar en la CIA empezó a suceder con la entrada de España en la Unión Europea, aunque ya antes, cuando hicimos lo propio con la OTAN, lo de pensar en la CIA era cosa casi exclusivamente de rojos peligrosos, que veían infiltrados por todas partes. Ahora, pensar en la CIA es, como mínimo, de conspiranoicos fantasiosos, porque como todos sabemos, después haber traficado con droga en Vietnam y en Colombia, después de haber financiado y entrenado guerrillas en Centroamérica, después de haber tenido en nómina a dictadores como el general Manuel Noriega, la CIA se disolvió y Estados Unidos de América dejó de tener agentes de inteligencia en países extranjeros, salvo quizá en algunos países del Medio Oriente, y sólo para garantizar que no nos invadan los integristas musulmanes y empiecen a cortar cabezas, a taparle el rostro a las mujeres y a prohibirnos el vino y la cerveza. Impensable todo esto, en España.

 

Águilas negras (1993), una novela de Larry Collins sobre la llegada de Noriega al poder en Panamá, con una ayudita de la CIA.


Esa es la impresión que ha logrado dar la CIA en los últimos años, y ese ha sido su gran triunfo. Una buena aproximación a la historia poco secreta de la Compañía es el cómic de Alan Moore y Bill Sienkiewicz Shadowplay: The Secret Team, incluido en el volumen unitario Brought to Light (diciembre de 1988). Es una pena que nunca se haya publicado en castellano. También es muy recomendable la larguísima novela El fantasma de Harlot (1991), de Norman Mailer, que combina hechos reales con personajes ficticios (o más o menos ficticios).

 

Alan Moore y Bill Sienkiewicz cuentan aquí muchas de las operaciones "secretas" de la CIA.


Me explico: por definición, en cualquier país del mundo, las agencias gubernamentales de información y espionaje en el exterior realizan labores secretas que, por regla general, son ilegales en el país "espiado". Las agencias más cacareadas durante el siglo XX han sido, sin duda, la CIA, el KGB, el MI6 británico y el Mossad israelí. Todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe lo que son (o lo que fueron, en el caso del KGB), y también se conocen muchas de las actividades, operaciones y acciones que han realizado. De todas, la CIA se lleva la palma, el primer premio, la Orden del Toisón de Oro, la ensaladera de plata y lo que haga falta.

Ahora bien: en mi opinión, una agencia de servicios secretos en el exterior que sea famosa es una contradicción. Los espías deben ser discretos, y sus actos de espionaje deberían permanecer en secreto antes, durante y, de ser posible, después de su actividad. Dicho de otro modo: una agencia de espionaje "famosa" es como Al Capone, o como el ficticio Joey Zasa (interpretado por Joe Mantegna en El Padrino III), que con su actitud, estaba haciendo muy populares las actividades de los gángsters. Esto, obviamente, es "malo para el negocio".

 

Joey Zasa (interpretado por Joe Mantegna), un gángster mediático, el más elegante de América.


Lo cual me ha llevado a pensar que la actuación de las citadas agencias secretas debió ser muy, muy, muy chapucera, si en su momento (y sobre todo hoy) conocemos al dedillo sus grandes triunfos y fracasos. Así, los que han pasado por ser grandes ases del espionaje, resulta que no han sido más que unos pazguatos a los que se les veía el plumero desde kilómetros de distancia, cuyas guerras secretas y operaciones negras se han aireado a los cuatros vientos, y que si han logrado alguna fama merecida, es la de corruptos y criminales. El MI6, por ejemplo, tiene una gran reputación, pero casos como el de Kim Philby nos hacen pensar que si James Bond hubiera existido, habría sido David Niven en Casino Royale (la película de los 60). A Philby, por cierto, casi lo pillaron en España en 1937, durante una corrida de toros en Córdoba. Se libró por los pelos. Pero el caso es que consiguió informes detallados sobre el cuartel general de Franco (hablamos de 1937), informes que pasó a sus jefes británicos... y a los rusos.

En el caso concreto de la CIA, me atrevería a decir que sus mayores éxitos han sido aquellas ocasiones en que han logrado que el pueblo de los Estados Unidos de América se haya tragado una sarta de mentiras (un buen ejemplo sería el asunto del Golfo de Tonkin que desencadenó la Guerra de Vietnam, pero ahí la labor de desinformación la llevó a cabo la NSA, agencia prima hermana de la CIA). Posiblemente, algunas de estas mentiras estén todavía por desvelar, y lo que hoy "damos por sabido y cierto", en el futuro se considerará una engañifa de proporciones gargantuescas. Vivimos en una época en que las revelaciones del ex agente de la NSA, Edward Snowden, caen en saco roto y no impresionan ni importan demasiado a nadie. A fin de cuentas, ¿qué más da si un gobierno vigila, clasifica y matricula a sus propios ciudadanos como si fueran vulgares criminales en potencia? ¿Cuál es el problema? ¡Si lo hacen por nuestro bien...!

La CIA, autorizada en julio de 1947, aunque ya funcionaba desde enero de 1946, fue fruto de la reorganización de la recién extinta Office of Strategic Services (OSS, coordinadora del espionaje e inteligencia militar entre las diversas Fuerzas Armadas del país), la cual se creó en julio de 1942, por orden del presidente Roosevelt, con la entrada de Estados Unidos en la guerra mundial, y tomó como modelo el MI6 de los ingleses. (Qué ganas me dan de mencionar Pearl Harbor y el hecho de que el ataque japonés se podría haber afrontado de un modo distinto, pues el gobierno de los USA lo conocía de antemano). De hecho, para la formación y entrenamiento de los nuevos agentes se consultó a la agencia británica y estos fueron los principales artífices y grandes maestros de sus primos americanos. La disolución de la OSS y reconversión en la CIA fue cosa del presidente Truman (el mismo que ordenó el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki).

Qué estupendo y prometedor todo, ¿verdad?

Obviamente, en sus primeros años, la CIA creció en torno a las redes, encrucijadas e infraestructuras que ya había creado la OSS durante la guerra: la zona del Pacífico y el Sureste asiático por una parte, y la Alemania Federal (y por ende, el resto de Europa) por otra, fueron sus principales (que no únicos) lugares de acción. El objetivo fundamental de la Compañía era evitar la expansión del comunismo de la URSS en las regiones de sus aliados tradicionales y en las proximidades de la China de Mao Tse Tung. Calculo que tuvieron una buena década desde 1947 hasta 1958. Pero en 1959 triunfó la revolución cubana, y quedó en evidencia que los esfuerzos de la CIA por proteger los "intereses de su país" resultaban vanos si el enemigo se había instalado cómodamente a un pasito de Miami. El desastre de Bahía de Cochinos en 1961 dio una muestra realista de lo que era realmente la CIA: una banda paramilitar de chapuceros reclutados entre chalados, fanáticos y mercenarios de serie Z. Y del asesinato de JFK mejor no hablar, pues si la CIA no estuvo implicada en el magnicidio, como mínimo actuó con la mayor de las ineptitudes. (Y ambas opciones pueden ser ciertas).

 

Otra buena novela, de mil y pico páginas, sobre la historia (negra y poco secreta) de la CIA (1991). A Norman Mailer lo conocemos todos, ¿verdad?

Fue durante este corto período de tiempo (1947-1958, más o menos) que la CIA se presentó ante el mundo, y ante los ojos de los españoles, no como una repugnante organización criminal de conspiradores políticos, traficantes de drogas y de armas, y asesinos profesionales que actuaban con impunidad, sino como la versión internacional del (también idealizado) FBI de John Edgar Hoover, esto es: una heroica institución que luchaba contra el crimen internacional y los enemigos de América, derrocaba tiranos, y no temía adentrarse en los rincones más profundos y peligrosos de Asia, de África o de cualquier lugar del planeta para impartir justicia y hacer del mundo un lugar mejor. Vamos: algo semejante, aunque un pelín más ingenuo, a las novelas del escritor Tom Clancy y su serie de Jack Ryan (iniciada con The Hunt of the Red October, 1984), la respuesta definitiva (¿?) de los USA al estirado James Bond del MI6. (No voy a decir que la serie de Jack Ryan, quien llega a la presidencia de los USA en sus aventuras, sea pura propaganda, pero es demasiado aventuresca y parcial, por mucho que las novelas y las adaptaciones cinematográficas resulten disfrutables y divertidas. Para eso, prefiero a Jack Higgins, que tuvo las santas pelotas de convertir en agentes secretos de Whitehall y héroes protagonistas de grandes y violentas aventuras a varios terroristas del IRA, como sucede en la serie de Sean Dillon. Quien, por cierto, en las últimas novelas, inéditas en castellano, colabora también con la CIA, de buen rollo. Qué cosas...).

 

Primera novela de la serie de Jack Ryan, agente de la CIA y presidente de los USA (1984).

Es precisamente en los años en que la reciente Compañía gozaba de buena prensa (por lo menos en Europa) que la madrileña Editorial Dólar lanza su colección de novelas de a duro dedicada a la CIA (250 números más un número 0, entre 1951 y 1956), como respuesta a la exitosa colección FBI de Rollán: lo mismo, pero más internacional. Aventura, tiros, malos malísimos extranjeros (extranjeros respecto a Estados Unidos), y agentes de la CIA sufridos, patrióticos y tocados por el dedo de la divinidad. Sobre esta colección, recomiendo fervorosamente el revelador e informadísimo artículo de Magda Revetllat Barba, sobrina del escritor Alfred Revetllat Fosch (1917-2000), uno de los principales artífices de estas novelas; y también "La Editorial Dólar", otro artículo, esta vez de Alberto Sánchez Chaves, alojado en su blog La memoria del bolsilibro.

Y he contado todo este rollo para justificar la existencia de Misión en la India, novela firmada por Peter Briggs, también conocido como Pedro Víctor Debrigode Dugi.

Pedro Víctor Debrigode Dugi.

 

***

Arte de Luis Bermejo en esta novela, reproducido por medio de una fotografía chapucera.


Se puede calcular que esta novela de Debrigode apareció publicada entre 1954 y 1955, a pesar de que no tiene fecha. La ilustración de portada no tiene firma, pero las ilustraciones interiores, muy bonitas, son obra del madrileño (y albaceteño adoptivo) Luis Bermejo, uno de los clásicos del tebeo español, con gran presencia en el cómic de terror anglosajón, como demuestran sus muchas historietas realizadas para Warren Publishing. Para mí, Bermejo siempre será el dibujante de la primera parte de la serie de tebeos Apache, que heredé de mi padre, y conseguí que Bermejo firmara para mi progenitor.

 




La acción da comienzo en la primavera de 1947 (recordemos que la CIA sólo obtuvo carácter oficial en julio de 1947), en Washington, en un edificio donde está camuflada la sección local de la Compañía. Roy Kennedy (curioso apellido para un agente de campo de la CIA), veintiseis años, guapo y atlético, reclamado por la Compañía de entre las huestes de funcionarios federales, acaba de regresar de "una peligrosa excursión por tierras de Alaska", y el jefe de la CIA le habla de Edgar Trevor, un cerebro privilegiado del Servicio de Inteligencia Británico (MI6), que ha desaparecido en el Estado de Jongka, una región ignota de la India colidante con Nepal y el Tíbet. La misión de Trevor consistía en lograr aproximarse al majarajá de Jongka para aconsejarle "en el sentido de adquirir conservas, gramófonos, muebles, licores y hasta ventiladores. ¿Comprende?", explica el jefe de la CIA. "Le haré un breve resumen de lo que deseaba conseguir Edgar Trevor para su patria, y que... es lo que ahora deseamos consiga usted para nosotros. Se ha propagado hasta la saturación la importancia vital y estratégica de la India, que antes era británica. [Aquí, merece la pena recordar que la independencia de la India sólo se hizo efectiva el 15 de agosto de 1947]. Nuestra Patria es joven en política exterior, pero ha ido asimilando duros golpes. Hoy, gracias a nuestro Departamento, que es quien ha puesto las bases, sostenemos relaciones comerciales como muchos Estados, en apariencia, poco importantes. Nuestros cheques y nuestra maquinaria, al igual que nuestros productos, van actuando como los mejores embajadores privados. Surgen pocas dificultades... pero si hay algo endiabladamente difícil, es sembrar la primera semilla en el diminuto Estado de Jongka".

No se puede ser más sincero, ¿verdad? ¿Para qué iba a servir la CIA, de qué iban a servir todos esos agentes del OSS representados ahora bajo nuevas siglas y situados estratégicamente en muchos lugares del mundo, sino para facilitarle el trabajo a la empresa privada de Estados Unidos? ¿Qué mejor modo de servir a la Patria (así, con mayúscula) que estar al servicio del Gran Capital?

Obviamente, Roy Kennedy viajará a Jongka para cumplir su misión... pero llevará el lastre de la gélida Clara Trevor, hermana del agente inglés desaparecido, empeñada en conocer de primera mano el paradero de Edgar. Y por si esto fuera poco (que no lo es), el majarajá de Jongka ha caído bajo la influencia del misterioso Gorza Khan, una suerte de Rasputín de piel cetrina que dirige de facto el Estado con mano de hierro y no permite la más mínima injerencia extranjera. Y los castigos que recibien los visitantes no invitados son dignos de los mejores tiempos de la Inquisición, o de las infame cárceles chinas de principios del siglo XX.

Con estos ingredientes, lo que construye Debrigode es pura aventura tradicional en un contexto contemporáneo. Si en lugar de Roy Kennedy hubiéramos tenido a Ricardo "Dick" Mendoza (por citar a uno de los grandes héroes de Debrigode-Visconti cuyas aventuras se desarrollan en la India), y a la Compañía de Indias en lugar de a la Compañía a secas, probablemente el relato habría funcionado igual de bien.

De hecho, entre peripecias, bromas, gentuza de la peor calaña, aliados inesperados, acabamos con la sensación de que Debrigode acababa de leer El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, y había decidido hacer una versión "para todos los públicos".

Es una obrita de excelente factura, con una mala leche completamente disimulada... o casi completamente. Lo comento por las sabias palabras del joven pero experimentado Roy Kennedy: "¿Vamos al Roxy, princesa? Echan Las tragedias del Pato Donald. Es la viva caricatura del occidental, este eterno descontento".

Dio usted en el clavo, señor Debrigode: seguimos siendo el rabioso Pato Donald.

 

Más arte de Bermejo para esta novela. Perdón por la calidad de la foto.


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