viernes, 10 de mayo de 2024

Micro reseña 124: Ronda de verdugos (Punto Rojo nº525), de Peter Debry

 

Portada de Enrique Martín, 1972.

3 de mayo de 2024

Ronda de verdugos, publicada en mayo de 1972 en la colección Punto Rojo de Bruguera, pertenece a la prolífica etapa "francófila" de Pedro Víctor Debrigode Dugi, alias Peter Debry. No es de extrañar su predilección por el ambiente, el tono y las formas del noir (o más bien, le polar), pues era hijo de padre francés y madre corsa. Si en la década de 1950, Debrigode desarrolló sus dotes como replicador del hardboiled norteamericano nacido en la revista Black Mask, desde finales de los 60 y durante los 70 escribió un buen número de novelas más "europeas", como la inclasificable La banda de los horripilantes (1968) o esta Ronda de verdugos.

Puestos a especular sin investigar demasiado, podríamos decir que Debrigode se empapó a base de bien con autores como el gran Georges Simenon y el tándem formado por Boileau y Narcejac. Tanto en nuestra novela como en la de Los horripilantes tenemos a  comisarios maigretianos que son la encarnación en papel de Lino Ventura (Lefort y Lambert, nombres semejantes para personajes intercambiables, si es que no son uno y el mismo), y si en Los horripilantes el autor se arroja de cabeza a la piscina del esperpento sucio y casi terrorífico, en Ronda de verdugos realiza una ejemplar hibridación entre la novela criminal (es decir, sobre el crimen y los criminales) y la novela problema o detectivesca (en la que hay un asesinato que resolver y un asesino al que identificar).

El argumento de esta obrita es sencillo: dos ex miembros de la resistencia francesa esperan el regreso de un tercero de su camada de maquis ya un tanto avejentados, para vengarse de Gaston Baylac, un hombre de negocios odioso y odiado por su implacabilidad que, en su momento, delató a los maquis ante la inspección alemana de la ocupación. De aquello ya han pasado unos quince años, pero los traicionados ex resistentes están avisando a Baylac de que su hora final se acerca. Así, Baylac contrata los servicios de un guardaespaldas de agencia, Sylvestre, un ex miembro de la brigada policial a prueba de balas, cínico y meticuloso. Lo que esperamos de esto: tiros a mansalva, sangre, gritos, insultos. Lo que obtenemos: diálogos perfectos y profundos sobre la naturaleza humana, las huellas de la guerra, el cansancio, las cosas que merecen la pena...

¿Cómo se las arregla Debrigode para que una novela de acción y misterio se convierta en una reflexión existencialista sobre el paso del tiempo? ¿Quién más, aparte de Debrigode, es capaz de sugerir en unas pocas páginas que se va a producir un abuso sexual... y que aquello, en realidad, termine en enamoramiento?

En esta ocasión, Debry elimina casi cualquier rasgo de humor y se acerca más al costumbrismo de la serie de Maigret que a algunos de los dislates perpetrados por Boileau y Narcejac. Pero, claro, esto tiene una explicación: Debrigode es único, y de sus influencias simpre extrae lo suficiente como para fabricar algo completamente nuevo y distinto. No hay más que ver la cantidad de registros distintos que llega a utilizar, y eso sólo en su vertiente policíaca... Para hacerse idea, quizá sería conveniente que echara el lector un vistazo a las reseñas de las siguientes novelas. (Y si las puede encontrar, que las lea y juzgue por sí mismo):

Desertor y falsario (1974); Algo demasiado horrendo (1970); Un tigre, tres ingenuas (1970); Un callejón llamado odio (1973); La muerte en bikini (1957)...

¿No da la sensación de que estamos hablando de tres, cuatro, cinco autores distintos? ¿Sí? Pues todos ellos son Debrigode. Y nos quedamos cortos, pues falta el Debrigode aventurero que arranca sonrisas, emociones y satisfacción.

Un maestro de la literatura popular, se mire como se mire.

 

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