martes, 27 de agosto de 2024

Micro reseña 129: La fría piel de la muerte (Punto Rojo nº1007, 1981), de Donald Curtis

 

Punto Rojo nº1007, agosto de 1981. Ilustración de Miguel García.

 

18 de agosto de 2024

 

Parte I: Un fárrago bibliográfico

Un pequeño misterio para empezar: ¿Por qué La fría piel de la muerte (Punto Rojo nº1.007, agosto de 1981) apareció firmada por Donald Curtis, y no por Curtis Garland? La pregunta no es baladí, pues desde el nº70 de esta colección, Trópico ardiente (1963) Donald Curtis no había asomado la nariz. De hecho, Juan Gallardo Muñoz (que como todos deberíamos saber es Donald Curtis y Curtis Garland, entre otros muchos autores) sólo reapareció, ya como Curtis Garland, en el nº461, Trampa para un muerto (febrero de 1971). Transcurrieron otras 61 novelitas de Curtis Garland hasta que se publicó este La fría piel de la muerte, que nos trae aquí de vuelta a Donald Curtis en el contexto del relato criminal. ¿Fue un capricho del autor, del editor...? Sin duda, no es un error de la imprenta (aunque esta novela está plagada de erratas, como veremos después). ¿Cuál puede ser la explicación a este enigma? Se nos ocurren algunas, pero ninguna definitiva: quizá era una novela antigua (inédita, pues no la hemos encontrado en otra parte) traspapelada y perdida, que Juan Gallardo presentó con su viejo alias, el primero que utilizó en el mundo de los bolsilibros. No obstante, por la forma y el estilo en que Curtis se adentra en esta novela, así como algunos detalles más o menos lúbricos, no diríamos que es una novela en verdad "vieja". Más bien, tenemos la sensación de que algo o alguien sugirió a Gallardo que sería buena idea dejar descansar a Curtis Garland y dejarle hueco a Donald Curtis. Quizá fuera el editor, quizá el mismo Juan Gallardo. En fin, mantengamos en mente la fecha de agosto de 1981 y veamos algunos de los áridos pormenores de tipo editorial:

Durante la larguísima etapa de Juan Gallardo en Bruguera, el pseudónimo de Donald Curtis, que es con el que publicó por primera vez una novela en 1953 (La muerte elije [sic], en la colección Detective, precisamente de Bruguera), y con el que firmó durante sus primeros años profesionales historias de todo tipo (sobre todo novela negra y del Oeste), quedó relegado a los muchos westerns que escribió para las diversas colecciones de la editorial bacelonesa... salvo unas pocas excepciones. Donald Curtis había publicado un montón de novelas negras en la colección Servicio Secreto durante la década de 1950 y los primeros años de 1960, así como una legión de westerns. Al mismo tiempo, con el nombre de Johnny Garland, trabajaba para Toray escribiendo ciencia ficción e historias bélicas. Donald Curtis llegó a aparecer en los albores de la colección Punto Rojo de Bruguera, con apenas cinco o seis novelas. Desde 1961 hasta 1970, Juan Gallardo trabajaría casi en exclusiva para Toray y Rollán; sus colaboraciones de ese período con Bruguera son puramente testimoniales.

Por lo que hemos podido deducir de nuestros listados, cronologías y bibliografía, Juan Gallardo creó a Curtis Garland en 1964 para la prestigiosa colección de novelas largas Murder Club, de Rollán, y la primera aparición de esta firma fue con Blues en negro (Murder Club nº3)... aunque cabe la posibilidad de que esta novela negra apareciera al mismo tiempo que Gatillo, publicada en el nº3 de Western Club, colección gemela de la citadas Murder Club, pero dedicada al Oeste. No dispongo de los meses de publicación, que seguramente estén consignados en las páginas de créditos, pues no tengo ejemplares de estas obras. Una de esas dos, o ambas, es la primera novela de Curtis Garland.

 

Murder Club nº3, Ed. Rollán, 1964.



El pseudónimo de Curtis Garland apareció exclusivamente en la madrileña Rollán hasta 1969, y colaboró en las colecciones citadas, y también en las dos colecciones de bolsilibros y libros dedicados al FBI (la veteranísima FBI; FBI Club, de novelas largas; y Los Federales, que se convertiría en Agente Federal), y en la magnífica Los Intocables, dedicada a la guerra contra el hampa en los Estados Unidos durante el período de la Ley Seca. Fue durante este tiempo que Curtis Garland creó al personaje de Brian Kervin, agente M-31, una suerte de súper James Bond al que Juan Gallardo pasearía por diversas editoriales en una relativamente extensa serie que incluía novelas largas, novelas cortas e incluso relatos breves.

En 1970, Curtis Garland desaparece por completo del panorama editorial: Juan Gallardo publica alrededor de 57 títulos ese año, incluidas sus tres colaboraciones como Lester Maddox en la serie Bang: Agente 000, de Editorial Ferma, y cinco novelas más bien largas, en la colección de ciencia ficción Nova Club, de Rollán, firmadas por Addison Starr.

En enero de 1971, con la publicación de la novela Yo, Lázaro en La Conquista del Espacio de Editorial Bruguera, Curtis Garland regresa para quedarse, y marca el inicio de la etapa más conocida del trabajo de Juan Gallardo. En ese año de 1971, Gallardo publicaría 96 novelas, a caballo entre Bruguera y Rollán: mantuvo tan ocupados a Donald Curtis y a Curtis Garland, que incluso tuvo que firmar un puñado de obras con los pseudónimos de Glenn Forrester, Kent Davis y Walt Sheridan.

 

La obra que marcó la llegada de Curtis Garland a Bruguera, en enero de 1971.


 

Desde entonces, y hasta el cierre de Bruguera, Curtis Garland escribió cientos de buenas historias de terror, ciencia ficción, serie negra y aventuras para la editorial, mientras que, como decíamos más arriba, Donald Curtis se consagraba al western.

Y es aquí cuando regresamos a agosto de 1981, y a las excepciones. Si en la fecha indicada publicó La fría piel de la muerte en Punto Rojo, encontramos también que Asesinatos en el Soho de Donald Curtis aparece en Selección Terror nº451 (octubre de 1981), seguidos en la colección por Hollywood, Horror Show (nº460; diciembre de 1981) y El ritual de la sangre (nº466; febrero de 1982), todos de Donald Curtis. Regreso a Nova se publica en La Conquista del Espacio nº595 (enero de 1982), y es la única novela de Donald Curtis publicada en la mítica colección de ciencia ficción. Por último, La novia en el ataúd, bolsilibro doble, aparece en Selección Terror Extra nº1 (junio de 1982), y es una novela de Donald Curtis.

 






 

En mi opinión, en la segunda mitad de 1981, tuvo lugar el "experimento" (por llamarlo de algún modo) de introducir a Donald Curtis fuera del territorio western. Es probable que no se produjera cambio alguno en las ventas, si es que eso es lo que perseguía Juan Gallardo. La novia en el ataúd debía estar escrita ya en 1981, pues es de suponer que el proyecto de Selección Terror Extra, con bolsilibros de doble extensión, estuviera planeado por Bruguera desde entonces.

Todo este fárrago bibliográfico, admitámoslo, no nos lleva a ninguna parte, pero a mí me divierte especular sobre datos fidedignos, por mucho que no tengan que ver con La fría piel de la muerte más que de una manera circunstancial.

Y una nota más, para los expertos: Donald Curtis tuvo dos apariciones estelares finales después del "experimento": se trata de dos reediciones de novelas aparecidas en Servicio Secreto, en 1958. Una de ellas es ¡Bésame, muerte!, en Servicio Secreto nº1787, febrero de 1985; la otra, Siniestra espiral, en Punto Rojo nº1183, de mayo de 1985. Eran los estertores de Bruguera, que había cambiado levemente el formato de bolsilibro por el de "bolsilibro alargado" (más alto que el bolsilibro estándar), y ya no podía pagar a sus colaboradores, a los que adeudaba una pastizal... de modo que, sibilinamente, tiró de fondo antiguo.

 

Una reedición de febrero de 1985. Es el último título de Juan Gallardo en la colección Servicio Secreto.


 

Otra reedición, de mayo de 1985, que concluye la colaboración de Juan Gallardo en Punto Rojo.


El canto de cisne de Donald Curtis en Bruguera fueron esas dos reediciones, y cuatro o cinco novelas del Oeste que aparecieron entre 1985 y 1986.

Por entonces, el futuro era el final, y se llamaba Editorial Astri. Y esa, amigos, es otra historia... de terror.

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Parte II: Sobre La fría piel de la muerte

Es ésta una novela correcta, tirando a floja, del maestro Juan Gallardo, en la que no ayuda en absoluto el cúmulo de erratas tipográficas: se diría que el cajista de la imprenta de Bruguera se quedó sin letras "e" minúsculas, y se dedicó a sustituirlas por letras "a". Hay incluso un par de páginas con la tinta desvaída, y la penúltima página está en blanco... aunque la última contiene el final de la historia. (No faltan páginas; es que la edición fue una chapuza. Al menos, en mi ejemplar).

El argumento gira en torno a Ross Garfield, autodefinido como "self-made man" americano, que entra a trabajar como jefe de ventas, por todo lo alto, en la empresa Bacharah and Bacharah, dedicada nada menos que a la gestión de pompas fúnebres de lujo. Una de las características de esta empresa es que la mayor parte de su plantilla, al menos la que se encuentra cara al público, está conformada por rubias platino exhuberantes, ataviadas como azafatas aéreas (en Latinoamérica se usa el término "aeromozas", que en España no se conoce, y que es especialmente brillante), hasta el punto de que Garfield piensa que las fabrican allí mismo. Los Bacharah son dos hermanos; uno de ellos, el cerebro, está condenado a vivir en una silla de ruedas; el otro es el que pasa por la oficina para ejercer como director. Como es lógico, el hermano lisiado tiene una jovencísima y bellísima esposa, Sharon, que si el lector conoce las descripciones de Garland, reconocerá inmediatamente como la gran belleza insuperable, turgente, etc.

Hasta aquí, todo bien.

El asunto es que, en el primer día de trabajo de Garfield, llega de visita una señora que desea ver a su hijo. Y su hijo... bueno está muerto, pero no. Pero sí. Pero quién sabe. Porque Bacharah and Bacharah presta un servicio de crionización (que yo siempre he llamado criogenización, y la RAE me da la razón por una vez), y los parientes pueden visitar a sus no-muertos un par de veces al año. Y la señora esta, por alguna loca razón, se echa sobre el tubo abierto donde se encuentra el cuerpo congelado, envuelto en "papel metálico" (¡es papel Albal, nada menos!), y resulta que bajo esa capa no está su hijo, sino una mujer de enormes pechos... también no-cadáver, por supuesto. Se organiza un escándalo, la señora sale a la calle huyendo y gritando sapos, culebras y demandas judiciales por la boca... con tan mala suerte que uno de los furgones de Bacharah and Bacharah la atropella a base de bien, para que no haya duda de que la señora ha muerto.

Todo esto, claro, mosquea mucho a Ross Garfield. ¿Qué clase de empresa es esta, que confunde a dos no-muertos? Y ¿no es demasiado conveniente que muera la mujer que iba a destapar un escándalo? Y ¿no es un poco raro que la turgente esposa del jefazo en silla de ruedas se presente en casa de Garfield, en mitad de la noche, para pedirle, no, para rogarle que le haga el amor?

Bien, pues ni con estos elementos consigue Donald Curtis ofrecernos el ritmo frenético que merece la historia, la risotada ante tal incorrección política, o hacernos dudar de si el villano de la historia es este o aquel... porque no importa un carajo.

Cabe la posibilidad de que la lectura de la novelita me haya pillado en mal momento, pero en lo que a mí respecta, resulta fallida. Y no porque todo esté cogido por los pelos, sino por lo que apunto arriba: cierta falta de ritmo impropia de Juan Gallardo.

En fin: está claro que, al que cuece y amasa, de todo le pasa. Y un autor con casi dos mil obras, bien puede tener alguna que nos parezca floja. No todo va a ser clásicos inmortales, qué demonios.

(Ahora bien: de lo que no hay duda es de que, por flojo que resulte en alguna obra, Curtis es adictivo. Voy a por otra suya de cabeza. Pero ya).

viernes, 23 de agosto de 2024

Micro reseña 128: La primera aventura del Coyote (El Coyote Extra nº2, 1945), de José Mallorquí

 

El Coyote nº11 (Favencia, 1973). Portada de Jano. Esta es mi edición, que en su día regalé a mi padre; la leyó el 15 de abril de 2005, tal y como dejó apuntado en la portadilla interior.


21 de enero de 2024

Esta es una de las historias fundamentales para llegar a comprender el alcance, la grandeza, de la más importante y duradera de las aportaciones del maestro José Mallorquí a la literatura española, tanto la popular como la otra (sea lo que sea "la otra", que imagino se puede llamar "alta literatura" como "literatura impopular", por oposición a la popular). Convengo, por supuesto, con otros muchos lectores, críticos y reseñistas en que la serie dedicada a Juanito "Jíbaro" Vargas es incluso de mayor calidad, pues se adentra en profundidades a las que no llegó don César de Echagüe, alias el Coyote; pero esto no es un demérito para la colección, tan extensa como 192 novelas que ya se han reeditado en un buen puñado de ocasiones. No conozco caso semejante en las letras españolas; y en las de otras nacionalidades habría que recurrir a personajes como Doc Savage, La Sombra o Tarzán para establecer parangones. Ni siquiera los clásicos del tebeo español (El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, por citar a los héroes más populares) resisten la comparación. (Si hablamos del terreno humorístico, podemos afirmar que Mortadelo y Filemón juegan en otra liga bien distinta, pues ya han alcanzado la inmortalidad, igualque su autor, el gran Francisco Ibáñez).

 


 
La primera aventura del Coyote es el segundo de los números EXTRA de la original colección de la Editorial Clíper, publicada en el famoso "formato pulp español" (esto es: un A-5 aproximadamente sobre 15x21 cm con cuadernillos cosidos o, a veces, grapados entre sí, y la portada rudimentariamente pegada al libro). Segundo número, sí, que es tercero, pues la primera entrega de la serie, que ya había publicado Molino en 1943, en la colección Novelas del Oeste nº9, firmada por "Carter Mulford" y con hiperrealista portada de Batllé, se volvió a editar como un número EXTRA... o eso me apuntan por ahí las bibliografías coyotianas. (Posiblemente este dato sea erróneo; ya habrá tiempo de rectificarlo).
 
 

El Coyote por Carter Mulford, 1943. Esta es la primera historia publicada del Coyote, que no su primera aventura, como averiguaríamos años más tarde.


Los números EXTRA se intercalan en la "serie regular" y, ciertamente, no he encontrado un quorum sobre dónde debe leerse La primera aventura del Coyote: asumo que debería ir después de la tetralogía de La banda de la Calavera, pero tampoco lo tengo demasiado claro, pues en las reediciones de Favencia, Bruguera, Cid, etc., ocupa lugares distintos en la numeración general de la serie.
 
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No es mi intención aquí la de realizar una reseña o recensión del relato, cuya sinopsis es apasionante: narrado en dos tiempos, el presente de la década de 1860 y los flashbacks que nos llevan a 1846, esta historia nos remite a unos hacendados vecinos de la familia Echagüe que hubieron de huir de California y que perdieron su propiedad. Además, los fugitivos siempre creyeron que los Echagüe aprovecharon la circunstancia para apoderarse de dichos bienes. Esto, por supuesto, es un equívoco que llega hasta el presente y, de hecho, los expoliados jugaron un papel importantísimo en la creación de la figura del Coyote.

Hasta aquí, la sinopsis reducida a su mínima expresión. No obstante, veremos en esta obra un par de detalles maravillosos:

El primero es la devoción que el joven don César siente por la obra de Calderón de la Barca, uno de nuestros máximos dramaturgos del Siglo de Oro español; don César siempre ha hecho gala de una cultura vasta... propia del pisaverde cobarde por el que se hace pasar. Es un gran detalle de Mallorquí que el joven César optara por Calderón y recomendara su lectura a los conocidos.

El segundo detalle resulta en verdad impresionante: en el origen secreto del Coyote, recogido aquí por Mallorquí, se recurre a la mitología creativa y, al mismo tiempo, es una confesión del autor acerca de lo que ya era evidente para cualquier lector de ayer y hoy: que el Coyote está directamente inspirado en la figura del Zorro. Visto desde la perspectiva del lector, esto es una obviedad; lo que resulta mucho más interesante es que César de Echagüe menciona al Zorro y, por tanto, conocía las viejas hazañas del enmascarado californiano que actuaba bajo ese nombre. Y queda bastante claro que don César no tenía ni idea de que, por ejemplo, tras la máscara del Zorro se encontraba un rico hacendado como él, don Diego de la Vega. A fin de cuentas, César se convierte en el Coyote en 1846, y las hazañas literarias del Zorro, recogidas por el escritor norteamericano Johnston McCulley, no empezaron a publicarse hasta 1919, con la primera novela de la serie, The Curse of Capistrano.


La primera novela del Zorro, publicada en 1919.


Esto significa que las aventuras del Coyote transcurren en el mismo plano de realidad (o universo) que las del Zorro. Por tanto, no habría sido imposible que presenciáramos un encuentro entre un maduro Diego de la Vega y el joven César de Echagüe.

Es evidente que José Mallorquí nunca tuvo la intención de propiciar tal encuentro, pero a los mitógrafos creativos teóricos no nos está vedado discurrir sobre esta posibilidad hasta convertirla en probabilidad. Para eso existe el amplio territorio de la mitología creativa y de la ficción: para encontrar el dato, la pista, la sugerencia que nos permita dar otra vuelta de tuerca a los avatares de nuestros arquetipos.

 

Edición de Los Libros de Barsoom, con las dos primeras novelas del Zorro (2022). Obviamente, la recomendamos fervorosamente.


martes, 20 de agosto de 2024

Micro reseña 127: Misión en la India (CIA nº207), de Peter Briggs (h. 1955)

 


 

5 de marzo de 2024

"Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan"

escribió Jorge Luis Borges en su poema dedicado al detective consultor del 221 de Baker Street. Por supuesto, estoy de acuerdo con él. Borges añadía, tras punto y seguido,

"La muerte y la siesta son otras"

pero esta parte no se suele citar, quizá porque Borges era aficionado a morirse (cosa que demostró el 14 de junio de 1986) y, el resto de los mortales, aunque a veces tenemos ganas de morirnos, al final optamos por pensar en Sherlock Holmes o por la siesta, actividades más saludables que la muerte.

 

Noticia sobre el sepelio de Borges.


A lo que yo iba con esta cita (que me pierdo en mi ombligo) es que una de las buenas costumbres que teníamos hace algún tiempo, y que parece que hemos desechado, es la de "pensar de tarde en tarde en la CIA". Definitivamente, se ha pasado definitivamente de moda eso de darle vueltas a lo que estarán tramando los de la CIA en tal país africano: si la explosión de no sé qué oleoducto o gaseoducto submarino que obliga a Europa a renunciar al combustible ruso y a comprar el americano no será cosa de la CIA; si las armas de la organización terrorista MICHIS no se las habrá pasado la CIA, etc., etc., etc. Calculo que eso de no pensar en la CIA empezó a suceder con la entrada de España en la Unión Europea, aunque ya antes, cuando hicimos lo propio con la OTAN, lo de pensar en la CIA era cosa casi exclusivamente de rojos peligrosos, que veían infiltrados por todas partes. Ahora, pensar en la CIA es, como mínimo, de conspiranoicos fantasiosos, porque como todos sabemos, después haber traficado con droga en Vietnam y en Colombia, después de haber financiado y entrenado guerrillas en Centroamérica, después de haber tenido en nómina a dictadores como el general Manuel Noriega, la CIA se disolvió y Estados Unidos de América dejó de tener agentes de inteligencia en países extranjeros, salvo quizá en algunos países del Medio Oriente, y sólo para garantizar que no nos invadan los integristas musulmanes y empiecen a cortar cabezas, a taparle el rostro a las mujeres y a prohibirnos el vino y la cerveza. Impensable todo esto, en España.

 

Águilas negras (1993), una novela de Larry Collins sobre la llegada de Noriega al poder en Panamá, con una ayudita de la CIA.


Esa es la impresión que ha logrado dar la CIA en los últimos años, y ese ha sido su gran triunfo. Una buena aproximación a la historia poco secreta de la Compañía es el cómic de Alan Moore y Bill Sienkiewicz Shadowplay: The Secret Team, incluido en el volumen unitario Brought to Light (diciembre de 1988). Es una pena que nunca se haya publicado en castellano. También es muy recomendable la larguísima novela El fantasma de Harlot (1991), de Norman Mailer, que combina hechos reales con personajes ficticios (o más o menos ficticios).

 

Alan Moore y Bill Sienkiewicz cuentan aquí muchas de las operaciones "secretas" de la CIA.


Me explico: por definición, en cualquier país del mundo, las agencias gubernamentales de información y espionaje en el exterior realizan labores secretas que, por regla general, son ilegales en el país "espiado". Las agencias más cacareadas durante el siglo XX han sido, sin duda, la CIA, el KGB, el MI6 británico y el Mossad israelí. Todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe lo que son (o lo que fueron, en el caso del KGB), y también se conocen muchas de las actividades, operaciones y acciones que han realizado. De todas, la CIA se lleva la palma, el primer premio, la Orden del Toisón de Oro, la ensaladera de plata y lo que haga falta.

Ahora bien: en mi opinión, una agencia de servicios secretos en el exterior que sea famosa es una contradicción. Los espías deben ser discretos, y sus actos de espionaje deberían permanecer en secreto antes, durante y, de ser posible, después de su actividad. Dicho de otro modo: una agencia de espionaje "famosa" es como Al Capone, o como el ficticio Joey Zasa (interpretado por Joe Mantegna en El Padrino III), que con su actitud, estaba haciendo muy populares las actividades de los gángsters. Esto, obviamente, es "malo para el negocio".

 

Joey Zasa (interpretado por Joe Mantegna), un gángster mediático, el más elegante de América.


Lo cual me ha llevado a pensar que la actuación de las citadas agencias secretas debió ser muy, muy, muy chapucera, si en su momento (y sobre todo hoy) conocemos al dedillo sus grandes triunfos y fracasos. Así, los que han pasado por ser grandes ases del espionaje, resulta que no han sido más que unos pazguatos a los que se les veía el plumero desde kilómetros de distancia, cuyas guerras secretas y operaciones negras se han aireado a los cuatros vientos, y que si han logrado alguna fama merecida, es la de corruptos y criminales. El MI6, por ejemplo, tiene una gran reputación, pero casos como el de Kim Philby nos hacen pensar que si James Bond hubiera existido, habría sido David Niven en Casino Royale (la película de los 60). A Philby, por cierto, casi lo pillaron en España en 1937, durante una corrida de toros en Córdoba. Se libró por los pelos. Pero el caso es que consiguió informes detallados sobre el cuartel general de Franco (hablamos de 1937), informes que pasó a sus jefes británicos... y a los rusos.

En el caso concreto de la CIA, me atrevería a decir que sus mayores éxitos han sido aquellas ocasiones en que han logrado que el pueblo de los Estados Unidos de América se haya tragado una sarta de mentiras (un buen ejemplo sería el asunto del Golfo de Tonkin que desencadenó la Guerra de Vietnam, pero ahí la labor de desinformación la llevó a cabo la NSA, agencia prima hermana de la CIA). Posiblemente, algunas de estas mentiras estén todavía por desvelar, y lo que hoy "damos por sabido y cierto", en el futuro se considerará una engañifa de proporciones gargantuescas. Vivimos en una época en que las revelaciones del ex agente de la NSA, Edward Snowden, caen en saco roto y no impresionan ni importan demasiado a nadie. A fin de cuentas, ¿qué más da si un gobierno vigila, clasifica y matricula a sus propios ciudadanos como si fueran vulgares criminales en potencia? ¿Cuál es el problema? ¡Si lo hacen por nuestro bien...!

La CIA, autorizada en julio de 1947, aunque ya funcionaba desde enero de 1946, fue fruto de la reorganización de la recién extinta Office of Strategic Services (OSS, coordinadora del espionaje e inteligencia militar entre las diversas Fuerzas Armadas del país), la cual se creó en julio de 1942, por orden del presidente Roosevelt, con la entrada de Estados Unidos en la guerra mundial, y tomó como modelo el MI6 de los ingleses. (Qué ganas me dan de mencionar Pearl Harbor y el hecho de que el ataque japonés se podría haber afrontado de un modo distinto, pues el gobierno de los USA lo conocía de antemano). De hecho, para la formación y entrenamiento de los nuevos agentes se consultó a la agencia británica y estos fueron los principales artífices y grandes maestros de sus primos americanos. La disolución de la OSS y reconversión en la CIA fue cosa del presidente Truman (el mismo que ordenó el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki).

Qué estupendo y prometedor todo, ¿verdad?

Obviamente, en sus primeros años, la CIA creció en torno a las redes, encrucijadas e infraestructuras que ya había creado la OSS durante la guerra: la zona del Pacífico y el Sureste asiático por una parte, y la Alemania Federal (y por ende, el resto de Europa) por otra, fueron sus principales (que no únicos) lugares de acción. El objetivo fundamental de la Compañía era evitar la expansión del comunismo de la URSS en las regiones de sus aliados tradicionales y en las proximidades de la China de Mao Tse Tung. Calculo que tuvieron una buena década desde 1947 hasta 1958. Pero en 1959 triunfó la revolución cubana, y quedó en evidencia que los esfuerzos de la CIA por proteger los "intereses de su país" resultaban vanos si el enemigo se había instalado cómodamente a un pasito de Miami. El desastre de Bahía de Cochinos en 1961 dio una muestra realista de lo que era realmente la CIA: una banda paramilitar de chapuceros reclutados entre chalados, fanáticos y mercenarios de serie Z. Y del asesinato de JFK mejor no hablar, pues si la CIA no estuvo implicada en el magnicidio, como mínimo actuó con la mayor de las ineptitudes. (Y ambas opciones pueden ser ciertas).

 

Otra buena novela, de mil y pico páginas, sobre la historia (negra y poco secreta) de la CIA (1991). A Norman Mailer lo conocemos todos, ¿verdad?

Fue durante este corto período de tiempo (1947-1958, más o menos) que la CIA se presentó ante el mundo, y ante los ojos de los españoles, no como una repugnante organización criminal de conspiradores políticos, traficantes de drogas y de armas, y asesinos profesionales que actuaban con impunidad, sino como la versión internacional del (también idealizado) FBI de John Edgar Hoover, esto es: una heroica institución que luchaba contra el crimen internacional y los enemigos de América, derrocaba tiranos, y no temía adentrarse en los rincones más profundos y peligrosos de Asia, de África o de cualquier lugar del planeta para impartir justicia y hacer del mundo un lugar mejor. Vamos: algo semejante, aunque un pelín más ingenuo, a las novelas del escritor Tom Clancy y su serie de Jack Ryan (iniciada con The Hunt of the Red October, 1984), la respuesta definitiva (¿?) de los USA al estirado James Bond del MI6. (No voy a decir que la serie de Jack Ryan, quien llega a la presidencia de los USA en sus aventuras, sea pura propaganda, pero es demasiado aventuresca y parcial, por mucho que las novelas y las adaptaciones cinematográficas resulten disfrutables y divertidas. Para eso, prefiero a Jack Higgins, que tuvo las santas pelotas de convertir en agentes secretos de Whitehall y héroes protagonistas de grandes y violentas aventuras a varios terroristas del IRA, como sucede en la serie de Sean Dillon. Quien, por cierto, en las últimas novelas, inéditas en castellano, colabora también con la CIA, de buen rollo. Qué cosas...).

 

Primera novela de la serie de Jack Ryan, agente de la CIA y presidente de los USA (1984).

Es precisamente en los años en que la reciente Compañía gozaba de buena prensa (por lo menos en Europa) que la madrileña Editorial Dólar lanza su colección de novelas de a duro dedicada a la CIA (250 números más un número 0, entre 1951 y 1956), como respuesta a la exitosa colección FBI de Rollán: lo mismo, pero más internacional. Aventura, tiros, malos malísimos extranjeros (extranjeros respecto a Estados Unidos), y agentes de la CIA sufridos, patrióticos y tocados por el dedo de la divinidad. Sobre esta colección, recomiendo fervorosamente el revelador e informadísimo artículo de Magda Revetllat Barba, sobrina del escritor Alfred Revetllat Fosch (1917-2000), uno de los principales artífices de estas novelas; y también "La Editorial Dólar", otro artículo, esta vez de Alberto Sánchez Chaves, alojado en su blog La memoria del bolsilibro.

Y he contado todo este rollo para justificar la existencia de Misión en la India, novela firmada por Peter Briggs, también conocido como Pedro Víctor Debrigode Dugi.

Pedro Víctor Debrigode Dugi.

 

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Arte de Luis Bermejo en esta novela, reproducido por medio de una fotografía chapucera.


Se puede calcular que esta novela de Debrigode apareció publicada entre 1954 y 1955, a pesar de que no tiene fecha. La ilustración de portada no tiene firma, pero las ilustraciones interiores, muy bonitas, son obra del madrileño (y albaceteño adoptivo) Luis Bermejo, uno de los clásicos del tebeo español, con gran presencia en el cómic de terror anglosajón, como demuestran sus muchas historietas realizadas para Warren Publishing. Para mí, Bermejo siempre será el dibujante de la primera parte de la serie de tebeos Apache, que heredé de mi padre, y conseguí que Bermejo firmara para mi progenitor.

 




La acción da comienzo en la primavera de 1947 (recordemos que la CIA sólo obtuvo carácter oficial en julio de 1947), en Washington, en un edificio donde está camuflada la sección local de la Compañía. Roy Kennedy (curioso apellido para un agente de campo de la CIA), veintiseis años, guapo y atlético, reclamado por la Compañía de entre las huestes de funcionarios federales, acaba de regresar de "una peligrosa excursión por tierras de Alaska", y el jefe de la CIA le habla de Edgar Trevor, un cerebro privilegiado del Servicio de Inteligencia Británico (MI6), que ha desaparecido en el Estado de Jongka, una región ignota de la India colidante con Nepal y el Tíbet. La misión de Trevor consistía en lograr aproximarse al majarajá de Jongka para aconsejarle "en el sentido de adquirir conservas, gramófonos, muebles, licores y hasta ventiladores. ¿Comprende?", explica el jefe de la CIA. "Le haré un breve resumen de lo que deseaba conseguir Edgar Trevor para su patria, y que... es lo que ahora deseamos consiga usted para nosotros. Se ha propagado hasta la saturación la importancia vital y estratégica de la India, que antes era británica. [Aquí, merece la pena recordar que la independencia de la India sólo se hizo efectiva el 15 de agosto de 1947]. Nuestra Patria es joven en política exterior, pero ha ido asimilando duros golpes. Hoy, gracias a nuestro Departamento, que es quien ha puesto las bases, sostenemos relaciones comerciales como muchos Estados, en apariencia, poco importantes. Nuestros cheques y nuestra maquinaria, al igual que nuestros productos, van actuando como los mejores embajadores privados. Surgen pocas dificultades... pero si hay algo endiabladamente difícil, es sembrar la primera semilla en el diminuto Estado de Jongka".

No se puede ser más sincero, ¿verdad? ¿Para qué iba a servir la CIA, de qué iban a servir todos esos agentes del OSS representados ahora bajo nuevas siglas y situados estratégicamente en muchos lugares del mundo, sino para facilitarle el trabajo a la empresa privada de Estados Unidos? ¿Qué mejor modo de servir a la Patria (así, con mayúscula) que estar al servicio del Gran Capital?

Obviamente, Roy Kennedy viajará a Jongka para cumplir su misión... pero llevará el lastre de la gélida Clara Trevor, hermana del agente inglés desaparecido, empeñada en conocer de primera mano el paradero de Edgar. Y por si esto fuera poco (que no lo es), el majarajá de Jongka ha caído bajo la influencia del misterioso Gorza Khan, una suerte de Rasputín de piel cetrina que dirige de facto el Estado con mano de hierro y no permite la más mínima injerencia extranjera. Y los castigos que recibien los visitantes no invitados son dignos de los mejores tiempos de la Inquisición, o de las infame cárceles chinas de principios del siglo XX.

Con estos ingredientes, lo que construye Debrigode es pura aventura tradicional en un contexto contemporáneo. Si en lugar de Roy Kennedy hubiéramos tenido a Ricardo "Dick" Mendoza (por citar a uno de los grandes héroes de Debrigode-Visconti cuyas aventuras se desarrollan en la India), y a la Compañía de Indias en lugar de a la Compañía a secas, probablemente el relato habría funcionado igual de bien.

De hecho, entre peripecias, bromas, gentuza de la peor calaña, aliados inesperados, acabamos con la sensación de que Debrigode acababa de leer El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, y había decidido hacer una versión "para todos los públicos".

Es una obrita de excelente factura, con una mala leche completamente disimulada... o casi completamente. Lo comento por las sabias palabras del joven pero experimentado Roy Kennedy: "¿Vamos al Roxy, princesa? Echan Las tragedias del Pato Donald. Es la viva caricatura del occidental, este eterno descontento".

Dio usted en el clavo, señor Debrigode: seguimos siendo el rabioso Pato Donald.

 

Más arte de Bermejo para esta novela. Perdón por la calidad de la foto.