Punto Rojo nº1007, agosto de 1981. Ilustración de Miguel García. |
18 de agosto de 2024
Parte I: Un fárrago bibliográfico
Un pequeño misterio para empezar: ¿Por qué La fría piel de la muerte
(Punto Rojo nº1.007, agosto de 1981) apareció firmada por Donald
Curtis, y no por Curtis Garland? La pregunta no es baladí, pues desde el
nº70 de esta colección, Trópico ardiente (1963) Donald Curtis no
había asomado la nariz. De hecho, Juan Gallardo Muñoz (que como todos
deberíamos saber es Donald Curtis y Curtis Garland, entre otros muchos
autores) sólo reapareció, ya como Curtis Garland, en el nº461, Trampa para un muerto (febrero de 1971). Transcurrieron otras 61 novelitas de Curtis Garland hasta que se publicó este La fría piel de la muerte,
que nos trae aquí de vuelta a Donald Curtis en el contexto del relato
criminal. ¿Fue un capricho del autor, del editor...? Sin duda, no es un
error de la imprenta (aunque esta novela está plagada de erratas, como
veremos después). ¿Cuál puede ser la explicación a este enigma? Se nos
ocurren algunas, pero ninguna definitiva: quizá era una novela antigua
(inédita, pues no la hemos encontrado en otra parte) traspapelada y
perdida, que Juan Gallardo presentó con su viejo alias, el primero que
utilizó en el mundo de los bolsilibros. No obstante, por la forma y el
estilo en que Curtis se adentra en esta novela, así como algunos detalles más o menos lúbricos, no
diríamos que es una novela en verdad "vieja". Más bien, tenemos la
sensación de que algo o alguien sugirió a Gallardo que sería buena idea
dejar descansar a Curtis Garland y dejarle hueco a Donald Curtis. Quizá
fuera el editor, quizá el mismo Juan Gallardo. En fin, mantengamos en
mente la fecha de agosto de 1981 y veamos algunos de los áridos
pormenores de tipo editorial:
Durante
la larguísima etapa de Juan Gallardo en Bruguera, el pseudónimo de
Donald Curtis, que es con el que publicó por primera vez una novela en
1953 (La muerte elije [sic], en la colección Detective,
precisamente de Bruguera), y con el que firmó durante sus primeros años
profesionales historias de todo tipo (sobre todo novela negra y del
Oeste), quedó relegado a los muchos westerns que escribió para las
diversas colecciones de la editorial bacelonesa... salvo unas pocas
excepciones. Donald Curtis había publicado un montón de novelas negras
en la colección Servicio Secreto durante la década de 1950 y los
primeros años de 1960, así como una legión de westerns. Al mismo tiempo,
con el nombre de Johnny Garland, trabajaba para Toray escribiendo
ciencia ficción e historias bélicas. Donald Curtis llegó a aparecer en
los albores de la colección Punto Rojo de Bruguera, con apenas cinco o
seis novelas. Desde 1961 hasta 1970, Juan Gallardo trabajaría casi en
exclusiva para Toray y Rollán; sus colaboraciones de ese período con
Bruguera son puramente testimoniales.
Por lo que hemos podido deducir de nuestros listados, cronologías y bibliografía, Juan Gallardo creó a Curtis Garland en 1964 para la prestigiosa colección de novelas largas Murder Club, de Rollán, y la primera aparición de esta firma fue con Blues en negro (Murder Club nº3)... aunque cabe la posibilidad de que esta novela negra apareciera al mismo tiempo que Gatillo, publicada en el nº3 de Western Club, colección gemela de la citadas Murder Club, pero dedicada al Oeste. No dispongo de los meses de publicación, que seguramente estén consignados en las páginas de créditos, pues no tengo ejemplares de estas obras. Una de esas dos, o ambas, es la primera novela de Curtis Garland.
Murder Club nº3, Ed. Rollán, 1964. |
El pseudónimo de Curtis Garland apareció exclusivamente en la madrileña Rollán hasta 1969, y colaboró en las colecciones citadas, y también en las dos colecciones de bolsilibros y libros dedicados al FBI (la veteranísima FBI; FBI Club, de novelas largas; y Los Federales, que se convertiría en Agente Federal), y en la magnífica Los Intocables, dedicada a la guerra contra el hampa en los Estados Unidos durante el período de la Ley Seca. Fue durante este tiempo que Curtis Garland creó al personaje de Brian Kervin, agente M-31, una suerte de súper James Bond al que Juan Gallardo pasearía por diversas editoriales en una relativamente extensa serie que incluía novelas largas, novelas cortas e incluso relatos breves.
En 1970, Curtis Garland desaparece por completo del panorama editorial: Juan Gallardo publica alrededor de 57 títulos ese año, incluidas sus tres colaboraciones como Lester Maddox en la serie Bang: Agente 000, de Editorial Ferma, y cinco novelas más bien largas, en la colección de ciencia ficción Nova Club, de Rollán, firmadas por Addison Starr.
En enero de 1971, con la publicación de la novela Yo, Lázaro en La Conquista del Espacio de Editorial Bruguera, Curtis Garland regresa para quedarse, y marca el inicio de la etapa más conocida del trabajo de Juan Gallardo. En ese año de 1971, Gallardo publicaría 96 novelas, a caballo entre Bruguera y Rollán: mantuvo tan ocupados a Donald Curtis y a Curtis Garland, que incluso tuvo que firmar un puñado de obras con los pseudónimos de Glenn Forrester, Kent Davis y Walt Sheridan.
La obra que marcó la llegada de Curtis Garland a Bruguera, en enero de 1971. |
Desde entonces, y hasta el cierre de Bruguera, Curtis Garland escribió cientos de buenas historias de terror, ciencia ficción, serie negra y aventuras para la editorial, mientras que, como decíamos más arriba, Donald Curtis se consagraba al western.
Y es aquí cuando regresamos a agosto de 1981, y a las excepciones. Si en la fecha indicada publicó La fría piel de la muerte en Punto Rojo, encontramos también que Asesinatos en el Soho de Donald Curtis aparece en Selección Terror nº451 (octubre de 1981), seguidos en la colección por Hollywood, Horror Show (nº460; diciembre de 1981) y El ritual de la sangre (nº466; febrero de 1982), todos de Donald Curtis. Regreso a Nova se publica en La Conquista del Espacio nº595 (enero de 1982), y es la única novela de Donald Curtis publicada en la mítica colección de ciencia ficción. Por último, La novia en el ataúd, bolsilibro doble, aparece en Selección Terror Extra nº1 (junio de 1982), y es una novela de Donald Curtis.
En
mi opinión, en la segunda mitad de 1981, tuvo lugar el "experimento"
(por llamarlo de algún modo) de introducir a Donald Curtis fuera del
territorio western. Es probable que no se produjera cambio alguno en las
ventas, si es que eso es lo que perseguía Juan Gallardo. La novia en el ataúd
debía estar escrita ya en 1981, pues es de suponer que el proyecto de
Selección Terror Extra, con bolsilibros de doble extensión, estuviera
planeado por Bruguera desde entonces.
Todo
este fárrago bibliográfico, admitámoslo, no nos lleva a ninguna parte,
pero a mí me divierte especular sobre datos fidedignos, por mucho que no
tengan que ver con La fría piel de la muerte más que de una manera circunstancial.
Y una nota más, para los expertos: Donald Curtis tuvo dos apariciones estelares finales después del "experimento": se trata de dos reediciones de novelas aparecidas en Servicio Secreto, en 1958. Una de ellas es ¡Bésame, muerte!, en Servicio Secreto nº1787, febrero de 1985; la otra, Siniestra espiral, en Punto Rojo nº1183, de mayo de 1985. Eran los estertores de Bruguera, que había cambiado levemente el formato de bolsilibro por el de "bolsilibro alargado" (más alto que el bolsilibro estándar), y ya no podía pagar a sus colaboradores, a los que adeudaba una pastizal... de modo que, sibilinamente, tiró de fondo antiguo.
Una reedición de febrero de 1985. Es el último título de Juan Gallardo en la colección Servicio Secreto. |
Otra reedición, de mayo de 1985, que concluye la colaboración de Juan Gallardo en Punto Rojo. |
El canto de cisne de Donald Curtis en Bruguera fueron esas dos reediciones, y cuatro o cinco novelas del Oeste que aparecieron entre 1985 y 1986.
Por entonces, el futuro era el final, y se llamaba Editorial Astri. Y esa, amigos, es otra historia... de terror.
***
Parte II: Sobre La fría piel de la muerte
Es ésta una novela correcta, tirando a floja, del maestro Juan Gallardo, en la que no ayuda en absoluto el cúmulo de erratas tipográficas: se diría que el cajista de la imprenta de Bruguera se quedó sin letras "e" minúsculas, y se dedicó a sustituirlas por letras "a". Hay incluso un par de páginas con la tinta desvaída, y la penúltima página está en blanco... aunque la última contiene el final de la historia. (No faltan páginas; es que la edición fue una chapuza. Al menos, en mi ejemplar).
El argumento gira en torno a Ross Garfield, autodefinido como "self-made man" americano, que entra a trabajar como jefe de ventas, por todo lo alto, en la empresa Bacharah and Bacharah, dedicada nada menos que a la gestión de pompas fúnebres de lujo. Una de las características de esta empresa es que la mayor parte de su plantilla, al menos la que se encuentra cara al público, está conformada por rubias platino exhuberantes, ataviadas como azafatas aéreas (en Latinoamérica se usa el término "aeromozas", que en España no se conoce, y que es especialmente brillante), hasta el punto de que Garfield piensa que las fabrican allí mismo. Los Bacharah son dos hermanos; uno de ellos, el cerebro, está condenado a vivir en una silla de ruedas; el otro es el que pasa por la oficina para ejercer como director. Como es lógico, el hermano lisiado tiene una jovencísima y bellísima esposa, Sharon, que si el lector conoce las descripciones de Garland, reconocerá inmediatamente como la gran belleza insuperable, turgente, etc.
Hasta aquí, todo bien.
El asunto es que, en el primer día de trabajo de Garfield, llega de visita una señora que desea ver a su hijo. Y su hijo... bueno está muerto, pero no. Pero sí. Pero quién sabe. Porque Bacharah and Bacharah presta un servicio de crionización (que yo siempre he llamado criogenización, y la RAE me da la razón por una vez), y los parientes pueden visitar a sus no-muertos un par de veces al año. Y la señora esta, por alguna loca razón, se echa sobre el tubo abierto donde se encuentra el cuerpo congelado, envuelto en "papel metálico" (¡es papel Albal, nada menos!), y resulta que bajo esa capa no está su hijo, sino una mujer de enormes pechos... también no-cadáver, por supuesto. Se organiza un escándalo, la señora sale a la calle huyendo y gritando sapos, culebras y demandas judiciales por la boca... con tan mala suerte que uno de los furgones de Bacharah and Bacharah la atropella a base de bien, para que no haya duda de que la señora ha muerto.
Todo esto, claro, mosquea mucho a Ross Garfield. ¿Qué clase de empresa es esta, que confunde a dos no-muertos? Y ¿no es demasiado conveniente que muera la mujer que iba a destapar un escándalo? Y ¿no es un poco raro que la turgente esposa del jefazo en silla de ruedas se presente en casa de Garfield, en mitad de la noche, para pedirle, no, para rogarle que le haga el amor?
Bien, pues ni con estos elementos consigue Donald Curtis ofrecernos el ritmo frenético que merece la historia, la risotada ante tal incorrección política, o hacernos dudar de si el villano de la historia es este o aquel... porque no importa un carajo.
Cabe la posibilidad de que la lectura de la novelita me haya pillado en mal momento, pero en lo que a mí respecta, resulta fallida. Y no porque todo esté cogido por los pelos, sino por lo que apunto arriba: cierta falta de ritmo impropia de Juan Gallardo.
En fin: está claro que, al que cuece y amasa, de todo le pasa. Y un autor con casi dos mil obras, bien puede tener alguna que nos parezca floja. No todo va a ser clásicos inmortales, qué demonios.
(Ahora
bien: de lo que no hay duda es de que, por flojo que resulte en alguna
obra, Curtis es adictivo. Voy a por otra suya de cabeza. Pero ya).