17 de septiembre de 2023
La
prometida de Douglas Rosefellow, joven heredero de una multimillonaria
familia de la 5ª avenida de New York, acaba de ser brutalmente
asesinada. Igualito, igualito que otra muchacha un año antes, una chica
que había mantenido relaciones con Douglas. Ambas habían muerto bajo la
lluvia, ambas a manos de criminales vulgares, de acuerdo con la policía.
Pero Rosefellow piensa que hay algo más siniestro detrás de este asunto
pues, por una parte, él sólo heredará la fortuna familiar, actualmente
en manos de su severa madre, cuando contraiga matrimonio... siempre y
cuando Douglas demuestre que está mentalmente sano.
Y la verdad es que Douglas... en fin, tiene sus manías, sus obsesiones, sus desmayos, sus ataques de pánico cuando escucha el sonido del trueno, sus curiosas amistades (como el dueño de una librería especializada en satanismo y magina negra), su clarísimo gafe con las novias y... Bien, la policía no le hace mucho caso cuando afirma una y otra vez que la lluvia tiene algo que ver con ambos asesinatos.
Así que, Douglas encuentra al azar el nombre de un detective, H. R. Normand, y al despacho que se va, a contratar a alguien duro, con recursos, profesional, implacable, inteligente, armado y con conocimientos de judo, karate y kung fu y lo que haga falta.
A
Douglas lo atiende la espectacular pelirroja Honey, secretaria del
detective, que toma nota en nombre de su jefe, escucha los desvaríos del
cliente y, finalmente, acepta el caso. Pues Normand es Honey R.
Normand, detective privada en un mundo de hombres que (etc., etc.).
Y desde aquí, saltaremos junto con el amigo de Honey, el periodista Clay Malone, a un desfile de pistoleros, exhuberantes actrices promiscuas, secretos familiares, conspiraciones y pizza en Angelo's.
Divertido,
entretenido y correctísimo título aparecido en abril de 1979, en el
que, una vez más (recordemos a la joven Vivian de La muerte ríe de noche,
por ejemplo), Juan Gallardo Muñoz demuestra que las chicas también
saben deducir, manejar un Colt (eso sí, pequeñito) y repartir estopa a
base de bien. Recomendado para leer con el sonido de la lluvia de fondo,
claro está.
La
portada de Miguel García es buena, pero también es genérica y no se
corresponde con ninguna escena de la novela que yo recuerde.
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