martes, 23 de abril de 2024

Micro Reseña 122: La banda de los horripilantes, de Peter Debry


7 de marzo de 2024

Vamos a ver, vamos a ver... Esta novelita de a duro ¿es una obra maestra? ¿Es una obra que cualquier escritor que se precie de serlo, le gustaría firmar? ¿Es una extravagancia, un capricho? ¿Está premeditada, como un crimen perfecto? ¿Está escrita con brújula o con mapa? ¿A qué género pertenece? ¿Por qué uno sale de ella sintiéndose sudoroso y sucio, no como si hubiera estado trabajando limpiando un pozo, sino como si hubiera estado de copas en una pocilga durante demasiadas horas? ¿Por qué un autor español de novelas baratas pudo, en 1968, generarme la misma inquietud que los cineastas Jenet y Caro me provocaron con Delicatessen (1991)? ¿Por qué esta historia hace que los casos del comisario Maigret sean vulgares y corrientes? ¿Cómo es posible que el policía francés que aparece sea la viva imagen del actor italiano (pero consagrado en Francia) Lino Ventura? ¿Por qué tenemos la impresión de que estamos ante una feria de monstruos tabernarios? ¿Cómo es posible tanta sordidez en tan pocas páginas? ¿Por qué el crimen es lo que menos recuerdo tras la lectura? (¿Hubo crimen? No estoy seguro...)


Lino Ventura en 1975.

Y además, el individuo que escribió las series de Carlos Lezama (el Pirata Negro) y de Ricardo "Dick" Mendoza (el Aguilucho) ¿es de verdad el mismo que firma La banda los horripilantes? ¿Es esto posible?

 

 

Esta novela corta, publicada en diciembre de 1968, en el número 345 de Punto Rojo (Bruguera), es una rareza tanto en el mundo de los bolsilibros como, sospecho (no afirmo), en la producción de Pedro Víctor Debrigode Dugi (alias Peter Debry), y en la de cualquier otro autor. Tiene algo (o mucho) de existencialista (si consideramos "existencialista" una novela como El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad), pero no porque haya muchas reflexiones acerca de la condición humana (que las hay, pero más que reflexiones explícitas son exposiciones visuales), sino porque nos encontramos con un grupo de "infrahumanos" (así los llaman otros personajes del relato) que, por lo insólito de su inhumana naturaleza, destaca y sirve de contraste a la trama, digamos, "convencional", que queda en segundo plano. Lo importante es ese grupo tan heterogéneo como repulsivo de habituales del Bar Picnic, barriobajeros de Montmartre que deciden coger un tren a Niza porque sí, porque están borrachos, por son subhombres y submujeres, detritos sociales que no están sujetos a las normas más elementales de la civilización. No son psicópatas asesinos en serie ni miembros del crimen organizado, ni torturadores profesiones, ni gángsters de medio pelo... Son, sencillamente los Horripilantes.


Qué gracioso, ¿verdad?, que tengamos a esos seres subidos a bordo del expreso a la Costa Azul, mientras otros personajes intentan tener relaciones sexuales con una baronesa, o ligar con la protagonista, o...

En fin, me quedo sin palabras, y con buen motivo: a Debrigode-Debry le llevó unas 25.000 contarlo todo. A mí me habría costado, por lo menos, el doble. O más.

Si existiera algo parecido a la justicia en el mundo literario, esta novela estaría disponible en cualquier librería del mundo, en cualquier idioma.

Y, para terminar, diré que, al pensar en esta novela, pienso en cerdos todo el rato. Pienso en la gorrinera y la peste y la idea de cebar al animal para engordarlo y matarlo. Pienso en cerdos como si fueran personas, o en personas como si fueran cerdos (como hará Edward Prendick, el protagonista de La isla del doctor Moreau de H. G. Wells), y siento su hedor, y finalmente, me percato de que soy uno más en la piara.



 

lunes, 22 de abril de 2024

Micro reseña 121: "Perispíritu", de Adam Surray (1975)


 

14 de diciembre de 2024

Alucinante es poco.

Ya, ya, ya sé que Adam Surray (nacido José López García en 1943) tiene unos cuantos detractores por su estilo de frases no cortas, sino tijereteadas y luego cosidas con puntos y saltos de párrafo que no tendrían que ser más que simples comas. Vale, ¿y qué? Es un estilo cortante, como sus puñeteras historias, sean del género que sean: están afiladas y hay que leerlas con cierto cuidado, pues pueden herir sensibilidades o dejarte las manos y los ojos llenos de espinas de cactus. Y esas heridas se emponzoñan con rapidez.

El caso es que Surray, con ese estilo que, salvando las distancias, recuerda al del mucho más actual James Ellroy (Ellroy empezó su carrera en 1981, es decir, pocos años antes de que Adam Surray le pusiera la funda a su máquina de escribir), cuenta unas historias tan locas que es imposible no engancharse a ver qué cojones le va a suceder a la siguiente chica o al siguiente incauto que se vaya a topar con el psicópata: ¿les tocará motosierra, martillo, navaja, electrocución, disparo en la cara con bala dum-dum? ¿Algo más sofisticado, ya que estamos en el futuro, concretamente en "los albores del año 2000", como sucede en Perispíritu?

José López García, alias Adam Surray.

Como muchos otros de sus contemporáneos, Surray no fue capaz de vaticinar la Caída del Muro de Berlín ni la disolución de la URSS, de manera que, en su futuro, los soviéticos seguían siendo una gran potencia, en compañía de USA, la Gran China y de ¡la Unión Europea!, que así la denomina el autor en esta novela publicada en julio de 1975. En fin: está claro que se puede ser visionario, aunque sea sólo a medias...

Perispíritu (nº257 de La Conquista del Espacio, de Bruguera) es una amalgama impensable de ciencia ficción futurista -tenemos el ambientillo de la estación espacial y de los ultramodernos vehículos, como los turboflites, que ya aparecen en otras obras de Surray (Amor y muerte en la tercera fase, por ejemplo)-, giallo italiano con psicópata asesino en serie, invasión de ultracuerpos (o de polimorfos, que no son lo mismo, aunque se parecen), y un poco de teoría new age del espiritismo y la espiritualidad (otras dos cosas que se parecen, pero que no, no son lo mismo). La trama es policíaca, y los agentes de la ley son idénticos a los del siglo XX: están de vuelta de todo, no tienen problema con el abuso de poder (la violencia es patrimonio de los Estados, no lo olvidemos), y persiguen a los malos con implacable convicción, digna de los federales que describía Curtis Garland.


A este batiburrilo vamos a sumarle la existencia de un personaje de cómic en la ficción (una metaficción), dibujado por un autor llamado Ernest Jayston y crado por su hermana Lilith, guionista: Supersatán. Y además, sabemos que en el futuro, además de comic-books hay comic-videos. Y el horripilante, malvado, infatigablemente cruel personaje de Supersatán es el protagonista de toda una serie de historias narradas en dichos formatos: tebeos de papel de toda la vida, y tebeos convertidos en vídeos.

Vamos por partes: "tebeos convertidos en vídeos". Eso lo vimos hace veinte o treinta años, cuando se editaron algunos DVDs que llevaban Watchmen o Conan o El Capitán Trueno o yo qué coño sé, con imágenes fijas que se movían y textos leídos, y musiquita. Un exitazo de ventas y público que dejó de existir a los treinta o cuarenta segundos de existir. Pero, mira: Surray lo predijo.

Y luego: "Supersatán". O sea, ¡Supersatán! ¡Protagonista de tebeos (y de vídeo-tebeos)! ¡Un personaje que es "sólo un hombre que usa toda su capacidad mental para hacer el mal", o algo por el estilo! A priori, uno se imagina a Fantômas, pues encaja con la descripción, y quizá no vayamos desencaminados. Pero es que Supersatán es de los de motosierra, adminículo forestal muy caro a Surray. Probablemente, Supersatán es una versión moderna de Satanik, por ejemplo. Pero en fin: todos estos psicópatas asesinos no dejan de ser nietos de Fantômas.

¿Y qué pinta Supersatán en esta historia? ¡Ah, amigos, ahí es cuando tendrán que buscarla y leerla, porque yo no pienso decir ni una palabra más!

¡Viva Adam Surray y sus disparatados giallos espaciales!